Recuerdos de provincia
por Jorge Wadi Herrera (España)
Recuerdo cuando iba a San Juan y me quedaba un par de días, cerca del parque de Mayo y a menudo caminaba por dicho parque, por la vereda opuesta a la Cámara de Diputados, y alguna vez coincidí con la salida de los diputados de la Cámara. Veía coches oficiales con sus conductores y escoltas, periodistas dando los últimos microfonazos junto a la puerta de salida, y un tropel de individuos de ambos sexos, encorbatados ellos y empirinfolladas ellas, saliendo del recinto con aires que pueden ustedes imaginar. No identificaba a casi ninguno, pero al pájaro se lo conoce por su cagada. Van pavoneándose, importantes, seguros de su papel de los destinos de San Juan y de argentina, camino del coche o del restaurante donde seguirán trazando las líneas maestras de la política nacional y periférica. No pocos salen arrogantes y sobrados como estrellas de la televisión, con trajes a medida, zapatos caros y modos y maneras de nuevos ricos. Oportunistas advenedizos que cada mañana se miran al espejo para comprobar que están despiertos y celebrar su buena suerte. Diputados, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato. Ni haber trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar a las siete de la mañana. O buscar trabajo fuera de la protección del partido al que se afiliaron sabiamente desde jóvenes. Sin escrúpulos y sin vergüenza.
Y en cada ocasión cuando me cruzaba con ese desfile insultante, con ese espectáculo de prepotencia absurda, experimento un tremendo desagrado; un malestar intimo, hecho de indignación y desprecio. No es un acto reflexivo, como digo, sino mas bien visceral. Desprovisto de razón. Un estallido de bronca interior. Las ganas de acercarme a ellos y cagarme en su puta madre.
Sé que esto es excesivo. Que siempre hay justos en todos lados. Gente honrada. Políticos decentes cuya existencia es necesaria. No digo que no. Pero hablo hoy de sentimientos, no de razones. De impulsos. Yo no elijo como me siento. Como me salta el automático. Algo debe ocurrir cuando un ciudadano de cincuenta y tres años y en usos correcto de sus facultades mentales, con la vida resuelta, cultura adecuada, inteligencia y conocimiento amplio y razonable del mundo, se le sube la pólvora a la cabeza y asiste al desfile de diputados sanjuaninos saliendo de la Cámara. Cuando las náuseas y la cólera son tan intensas. Eso me preocupa, por supuesto.
Seguía caminando hacia el centro y me preguntaba que está pasando, hasta qué punto los años, la vida que llevé en otro tiempo, los libros que he leído, el panorama actual, me hacen ver las cosas de modo tan siniestro. Tan agresivo y pesimista. Por qué creo ver solo gentuza cuando los miro, pese a saber que entre ellos hay gente perfectamente honorable. Por qué, de admirar y respetar a quienes ocuparon esos mismos escaños hace muchos años, he pasado a despreciar de este modo a sus mediocres reyes sucesores. Por qué unas cuantas docenas de analfabetos irresponsables y pagados de si mismo, sin distinción de partido ni de ideología, pueden amargarme en un instante, de este modo, la tarde, el día, el país y la vida.
Quizá porque los conozco, concluyo, no uno por uno, sino a la tropa. La casta general. Los he visto durante años. Estuve en el cacerolazo, en los callejones sin salida adonde nos llevan sus irresponsabilidades, sus corruptelas, sus ambiciones. Su falta de escrúpulos. Conozco las consecuencias. Y se como lo hacen ahora, adaptándose a su tiempo y su momento. Lo sabe cualquiera que se fije, que lea y mire. Todos sabemos cómo y dónde comen y a costa de quién. Como se reparten las dietas, los privilegios y los coches oficiales. Cómo organizan entre ellos, en comisiones y visitas institucionales que a nadie importan una mierda. Descarados e inútiles viajes turísticos que pagan los contribuyentes.
De cualquier modo, por hoy es suficiente. Tenía ganas de echar el vómito, eso es todo. De desahogarme dándole a la tecla, eso es lo que he hecho. Otro día seré más coherente, más razonable y objetivo. Quizá ahora, por lo menos algunos sabrán lo que tengo en la cabeza cuando me cruzo con ellos.