“Es muy doloroso acostumbrarse
a que tus chicos tengan bajo peso”
Lo cuenta Eugenia Cuella, que vive en Colonia Santa Rosa y mantiene 9 hijos con una pensión de $ 800. El drama del hambre en Salta
Disculpen que no les ofrezco nada, lo que pasa es que no tengo nada”. La sinceridad de Carmen Navarrete lastima tanto como el calor del mediodía en este pueblo difícil y alterado. Pero el hambre y la desesperación son peores que la temperatura y esta mujer lo sabe: tiene una hija de 13 años que pesa 20 kilos y padece síndrome de down, trabaja como costurera y vive en una casa prestada que consiste en un cuarto, dos camas y nada más. “Cobro una pensión por la discapacidad de la nena –explica–. Son sólo $ 600, pero no puedo destinarlos totalmente a ella porque yo no tengo otros ingresos más que los de algún arreglito de ropa. Así la ayuda social se termina a mitad de mes”.
En Colonia Santa Rosa, norte de la provincia de Salta, viven 20 mil personas –unas ocho mil familias– repartidas en diferentes barrios y asentamientos de alta precariedad. El 60% de la población, según estimaciones locales, recibe algún subsidio social. El trabajo, en sentido estricto y formal, es un bien escaso . La mayoría de los hombres son empleados sólo por temporadas de cinco meses en la cosecha de cítricos, y luego, de septiembre a febrero, se las arreglan como pueden para soportar la mala, un tiempo donde las changas son benditas y la desocupación asfixia. El avance de la soja y la tecnificación de la producción de caña de azúcar, dicen, modificó el modelo productivo y la realidad es un cambio cultural brutal, favorecido por la caída de miles de puestos de trabajo.
Una escala en cada casa y siempre la misma historia: en Colonia Santa Rosa las carencias son lo normal. Eugenia Cuella es wichí. Vive en el barrio El Milagro. Tiene 38 años y 9 hijos. Antes de visitarla, se le pide el debido permiso a la cacique Carmen López. Eugenia es una de las tantas mujeres que percibe la pensión por ser madre de siete o más hijos. “Son $ 800. Pero son 800 para mis nueve hijos. Es una ayuda, pero no me alcanza, porque nuestro problema es que no hay trabajo.
Es muy doloroso acostumbrase a que tus chicos tengan bajo peso ”. Eugenia ya parece resignada: “Cada vez que voy al hospital, me dicen que les dé de comer. Pero nuestra comida es siempre la misma: arroz o guiso, y nunca es abundante”.
Los problemas de desnutrición que tomaron estado público tras la muerte de Tatiana Tapia, de dos años y medio, son consecuencia de estas falencias. Para certificarlo, es más conveniente dar una vuelta por las calles de tierra del pueblo que acudir a las planillas frías de las autoridades sanitarias locales, cuyos números positivos no parecen alinearse con la realidad.
Los que perciben un subsidio del Plan Alimentario Provincial –como el programa NutriVida– no perciben la asignación universal por hijo, que no es de $ 220 netos, sino de $ 176. La diferencia, según una disposición local, se acumula y se paga a fin de año si las madres cumplieron con el calendario de vacunación y mandaron a sus hijos al colegio.
Silvana Moreno tiene 28 años y cuatro hijos. Luis, el de 6, tiene bajo peso. Se realiza controles todos los meses en el hospital local, y eso es todo. “No hay una atención más profunda. Llevo al nene, lo pesan y listo”, dice. Por dos de sus hijos, Silvana cobra $ 50 del programa NutriVida. “Pero $ 50 se acaban rápido: son cinco kilos de arroz y diez de azúcar”. La inflación, que no discrimina, hace que ese dinero tenga cada vez menos valor. “Me da bronca –reconoce Silvana–, tengo que defender cada centavo. Si en otro comercio los fideos salen diez centavos menos, estoy obligada a caminar diez cuadras más. No me queda más remedio que hacer rendir la plata de esa forma”.
Fuente: Diario Clarín On Line